martes, julio 18, 2006

Lay Fun y los misiles norcoreanos


A primera vista esta última semana habría estado plagada de noticias cojudas. En el plano local, la noticia ha sido la probable condenatoria a muerte de un perro por haberse bajado a un choriso quien se metió a la cochera del edificio que este animal cuidaba; mientras tanto, en internacionales, tenemos el contraste de cómo el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condena a Corea del Norte por reventar cohetes en una playa desierta de su propio territorio y el mutis con respecto a cómo los buenos chicos de Israel están reventando a la población del Líbano. Hago énfasis en el “a primera vista” y en el “habría estado” porque, reflexionando un poquito en el asunto, no es una pastrulada gratuita relacionar ambos asuntos con ese término acuñado por Machiavelo de “Razón de Estado”.


En estos momentos, para mí está más clarita la definición de Weber que entiende al estado como “la entidad que tiene el monopolio de la violencia”. El ejercer la violencia en pos de nuestra supervivencia es un derecho natural que todos los ciudadanos delegamos a la institución estatal para que ésta lo administre a fin de evitar una guerra sin cuartel de todos contra todos y así poder vivir tranquilos. Aquí, sin embargo, hay dos paradojas ubicadas en las antípodas una de la otra: ¿qué pasa cuando el estado pierde competencia y jurisdicción por su incapacidad de administrar la violencia delegada? ¿qué ocurre cuando determinado estado se vuelve tan fuerte que se siente totalmente libre de ejercer su derecho natural a la violencia ilimitadamente?


Yo no supe si cagarme de risa o indignarme cuando me enteré que el rottweiller llamado Lay Fun, de acuerdo a la primera interpretación legal de un tal abogado Lame Puchos, merecía la inyección letal por más que su víctima haya sido un delincuente que entró a sus dominios a practicar el deporte favorito de algunos congresistas y ex presidentes de la república (sólo que a una escala menor). Como era lógico, la opinión pública se puso de parte del can y hasta ha habido manifestaciones y protestas contra una medida considerada no sólo injusta sino absurda. En el plano moral, coincido con lo de “injusta”; sin embargo, no sería una medida “absurda” sino más bien un entendible aunque patético intento de un estado por recuperar la autoridad perdida por su propia incompetencia. Ese es el motivo por el cual la policía tiene que salvar a delincuentes de ser linchados y quemados vivos por la población, y no ninguna razón humanitaria como equivocadamente se cree. En realidad, no se está salvando al delincuente sino la legitimidad del estado como supuesto único ente administrador de justicia. Del mismo modo, ante la presión social por salvar al perro, el sistema u orden legal tendrá que idear una salida digna para atracar sin hacer rochabús.

Por otro lado, tampoco resultaría absurda la manera tan evidentemente dispar como se trata en Naciones Unidas el tema de Corea del Norte y el de Israel. Se entiende perfectamente prescindiendo para ello de todo ese floro de los valores que nos enseñaron a todos en la escuela primaria junto con los colores del arco iris. Es necesario pararse de cabeza y deshacernos del lastre moral para entender cómo es la nuez: Estados Unidos e Israel se sienten con todo el derecho de avalar su concepción del mundo basándose en el muy convincente argumento de sus armas nucleares. El problema empieza cuando, al notarse que este argumentum ad nuclearum resulta tan eficaz en las cordiales mesas de negociaciones, otros patines se quieren sumar al chongo de la balística y de las ojivas.

Lay Fun no salió de sus dominios para buscar a un transeúnte para matarlo. Del mismo modo, dudo de que alguna vez Corea del Norte cometa la cojudez de lanzarle misiles a la tierra de la libertad, la democracia, la justicia, las hamburguesas, los hot dogs, las bombas inteligentes y ese tipo de cosas. De todas formas, el argumento norteamericano para hacer dudar al mundo respecto a las intenciones de Corea es creíble y atendible, por cuanto, hasta en la vida diaria, no podemos admitir (por lo menos de viva voz) que aquel quien tiene el poder sobre nosotros pueda ejercer éste amparándose en razones equivocadas por más misio que sea su floro. Aun así, la prensa internacional ha dado conmovedoras muestras de imparcialidad al condenar a Bush por decir la palabra “mierda”. Faltaría nomás que de vez en cuando también condenen –además de las palabrotas que decoran como estrellitas de caramelo al turrón de doña pepa que este compadre se maneja– cuando Mr. Danger empieza a alucinar que el mundo es el juego de soldaditos que le regalaron cuando tenía la edad de esos chibolos que están muriendo como moscas ahoritita en el Líbano, en razón del floro misio de Israel, su hijito consentido.

Porque es cierto y no es el floro misio de alguna Miss Universo: hay chibolos que se están muriendo y no voy a publicar las fotos (aunque sí pondré los enlaces) porque no es mi objetivo convencer a costa de imágenes de la misma forma que otros convencen de sus verdades proyectando las sombras de sus armas. Quizá esté bien que se muera esa gente, no lo sé; tendría que preguntárselo a decentes bienpensantes como Blair o Ehud Olmert; el caso es que han pasado diez años de la masacre de Qana y las cosas parecen no haber cambiado mucho. No quiero rellenar esto de un innecesario floro misio, más bien doy cuenta del mensaje que leo entre líneas, y es que con este tipo de políticas, podrán matar al perro, pero nunca a la rabia. El video que presento a continuación es prueba del pernicioso efecto péndulo.